Todo Cambia

Érase una vez que mientras Albert Einstein estaba enseñando en la Universidad de Princeton aplicó un examen a una clase avanzada de estudian...

miércoles, 15 de febrero de 2012

Mis juicios me impiden ver lo bueno que hay mas allas de las apariencias/Dye Wayne

cluye las siguientes palabras: «...hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo». Para el ego, el tener el cielo en la tierra significa ser la persona más rica y famosa de este reino. Para su yo espiritual, «el cielo en la tierra» significa que no existen dichas distinciones.


En la tierra, insiste el ego, usted debe perseguir las apariencias y las adquisiciones. El principal motivo de su vida aquí, según el ego, tiene que ver con las apariencias, y su apariencia está por encima de sus más profundos sentimientos. Su carrera profesional, la calidad y cantidad de sus posesiones, y los oropeles del éxito, son hacia lo que el ego quie¬re que dirija su energía. Esto es muchísimo más importante para el ego que la vida interior.

Pero todos somos conscientes de la vacuidad y futilidad de la forma de ser del ego. Usted está leyendo este libro en parte porque es cons¬ciente de que, con el fin de tener una experiencia de vida más profunda y rica, tiene que saber cómo apartarse del ego y dirigirse hacia el yo in¬terior, que le ofrece la amorosa esencia divina.



IR MÁS ALLÁ DEL MUNDO DE LAS APARIENCIAS

Para entender cómo funciona el ego, usted tiene que darse cuenta de que esta falsa visión de sí mismo cree que la Tierra es la única mora-du. Si usted se reconoce sólo como un terrícola, como quiere el ego, su felicidad y satisfacción tendrán que ser realidades físicas, cosas.

Pero hay un aspecto de usted que sabe que estas cosas no proporcio¬nan la satisfacción espiritual que supone la promesa de la búsqueda es¬piritual. El planeta Tierra no es su única morada. Lo que éste ofrece es satisfactorio sólo en parte para el invisible yo que habita en su cuerpo. Esa faceta interna sabe que esta vida en la Tierra no es el último destino.

Sin embargo, a la mayoría nos ha convencido el tenaz y decidido ego, de que las apariencias son lo que cuenta en la vida, y que las re¬compensas se obtienen por las apariencias. El yo interior sabe que todo esto es muy fugaz porque las recompensas que usted obtiene de la ju¬ventud y la fuerza física, por ejemplo, disminuirán al deteriorarse esas cualidades físicas.


Su yo físico observa eternamente las transformaciones físicas del cuerpo. Este reino del yo superior está gobernado por un yo interior que es consciente de las realidades de la Tierra y de las realidades del cielo. Es inmune a las exigencias del ego para que concentre toda su energía en el plano terrenal.

He aquí cómo lo describe Nisargadatta Maharaj: «El mundo es la morada de los deseos y el miedo. No puedes encontrar paz en él. Para hallar paz debes trascender el mundo». Y eso es en verdad el cielo en la tierra: una experiencia de paz interior sin idolatría de las posesiones y apariencias.

La perspicaz respuesta a la plegaria «...hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo» se halla en el conocimiento de que el cielo no es este mundo. Es el mundo de Dios, el reino donde usted ha des¬truido todo lo que ha acumulado y donde encuentra la paz a la que hace referencia Sri Nisargadatta.

Su yo superior está más allá de este mundo de vida y muerte donde las apariencias son lo más importante. Vea cómo esas apariencias han triunfado sobre el yo espiritual.

• Juzgar a los demás por su apariencia. Un rasgo común de la persona guiada por el ego es el de juzgar a los demás por las medidas externas de sus posesiones, apariencia y conducta.

A menudo, tras el enjuiciamiento, se decide no fomentar la amis¬tad con alguien, basándose en su posición social. De todas formas, es una técnica de la que se sirve el ego para impedir que usted conozca su yo superior.

Todo enjuiciamiento relativo a las apariencias no es más que un modo de verse a uno mismo como mejor por comparación con otra persona. El ego hace que se ratifique su diferenciación de los demás, y le encanta mantenerle en dicho estado. De esa forma consigue evitar que se sienta conectado con el universo.

Cuando uno habla con su yo superior, se aprende que, en parte, se tiene la misma divina esencia que nos conecta a todos con la fuente del
espíritu. Su yo interior confirma que usted no es en nada mejor que otra persona y que no necesita ni juzgar ni compararse con otros. Hay un solo Dios, una fuente con muchas manifestaciones.


Cuando uno tiene conciencia de esto, no se puede ver a los demás en tèrminos de lo que poseen o de lo que parecen, ni siquiera de la forma en que se conducen. Se relaciona con las otras personas en función de la divinidad que fluye a través de ellas, que constituye una manifestación de la energía que da soporte al mundo físico. En la senda de la búsque¬da espiritual, uno experimenta la energía que fluye a través de sí y de los demás.

Entonces se es capaz de entregar amor y bondad, sin reparar en las apariencias, porque se siente la energía espiritual. El yo superior nos lleva a recordar la verdad acerca de alguien, incluso cuando ese alguien lo ha olvidado.

Usted ya no juzgará a los seres, con los que se encuentre, que sigan la senda trazada por el ego. Usted será capaz de limitarse a observarlos con amor mientras su cuerpo se relaciona con ellos, percibiendo la amorosa esencia divina, aun cuando ellos no la sientan. Usted y Dios estaràn unidos cuando se siguen los dictados del yo superior.

Gracias a esa conjunción, usted será serenamente consciente de que esta morada llamada Tierra es transitoria, y que, en ella, sus habitantes y las posesiones de los mismos nunca permanecen iguales. Sufren un constante cambio. El cielo, por el contrario, es inmutable y eterno: en él no hay enjuiciamientos, ni posesiones, ni posiciones sociales.

«Así en la tierra como en el cielo» no debe ser una expresión vacía, sino un conocimiento de que su yo superior le insta a descartar cual¬quier pensamiento de que se encuentra separado de los demás y de Dios. «Así en la tierra como en el cielo» significa comenzar a vivir sin Las falsas ideas que fomenta el ego.

Desde luego que muchas personas se conducirán según los dictados (le su ego. En esos momentos, su tarea es recordar al yo interior que ellos han olvidado. Evite la tendencia a aceptar la invitación del ego a juzgar¬las. También esas personas son criaturas de Dios. También ellas tienen la fuente de la bondad fluyendo por su interior, aunque lo hayan olvidado o permitan que el ego domine sus vidas. Pero la conducta de quienes están dirigidos por su ego no es una razón para que usted haga lo mismo.

listas personas aprenderán de sus propios comportamientos. Pero para hallar la respuesta usted necesita consultar a su espíritu. Ésta es la manera de dominar al ego y conocer la paz que proviene de la negativa
de juzgar a otros. Esto no quiere decir que deba aprobar la mala con¬ducta de otros ni que no deba hacérseles responsables de su comporta¬miento. Lo que usted necesita es hablar con su yo superior, y negarse a juzgar o a creerse mejor como resultado de comparaciones.


• Juzgarse a uno mismo basándose en la apariencia. Si ha permitido que su ego le convenza de juzgar a otras personas por su apariencia, es probable que se inflija el mismo castigo a usted mismo. Cuando uno examina su vida con evaluaciones basadas en las apariencias externas y se concluye que no se ha estado a la altura de nuestro potencial, uno puede estar seguro de que el ego se alegra con ello.

Cuando usted necesita más de cualquier cosa para sentirse bien consigo mismo, usted se halla en una carrera sin fin, y no puede alcan¬zar el goce espiritual. El camino para salir de esta trampa que hace que nos rechacemos a nosotros mismos es reconocer que el reino terrenal no es la única morada. Edgar Alian Poe nos recuerda: «Todo lo que vemos o parecemos, no es sino un sueño dentro de un sueño». Cuando uno sabe que la vida es un sueño dentro de otro sueño mayor, se pueden abandonar las apariencias como escala de valor.

Comience por entender que el sistema de creencias del ego es simi¬lar a sus sueños nocturnos, en los que usted cree que el sueño es real mientras duerme pero que al despertar ve que era una ilusión. Toda la vida es una proyección de la mente: un sueño dentro de un sueño. Sa¬biendo esto, usted puede hablar con su yo superior y olvidarse de acce¬der a las exigencias del ego.

El cielo en la tierra comienza a darse cuando uno abandona la falsa idea de que tiene que demostrarle a alguien que ha adquirido las cre¬denciales necesarias para que le consideren una persona de éxito. Aún recuerdo cuando, hace años, llegué a darme cuenta de esto.

Fue en una consulta con un hombre al que llamaré Richard, que había conseguido todo eso que la mayoría de los que vivimos en el mundo occidental consideraríamos necesario para que nos tuvieran por unos triunfadores. Era multimillonario, tenía varias mansiones y había viajado por todo el mundo. Pero tan sólo había llevado una existencia centrada en lo externo. No conocía ninguna otra forma de vivir, estaba atrapado por ese modo de vida.

Durante los meses en que trabajé con Richard, quedó claro que las apariencias no crean paz y que la paz es lo que ofrece el yo superior. Richard necesitaba constantemente compararse con los demás para
quedar por encima de ellos. Su ego estaba trabajando horas extras para ratificar su superioridad.


Asì que se encontraba atrapado en una vida de lucha con el objeto de demostrar su valor y dedicándose a tener aventuras con mujeres más jó¬venes, a comprar las ropas y los perfumes más caros, y obsesionándose por la pérdida del cabello... No se llevaba bien con sus hijos, ya mayo¬res, a todas horas estaba preocupado por que su esposa descubriera sus devaneos y se. divorciara de él, lo que le dejaría sin un duro y con la sensa-ciòn de no valer nada. Richard había escuchado a su ego durante toda la vida, y aunque había edificado una fachada de éxito, se sentía desdichado.

Vivía con el terror de que si perdía su apariencia de triunfador quedarìa como un ser poco digno de aprecio. Anhelaba una vida más satisfactoria, pero no tenía ni idea de que su falso yo le hacía renunciar a su búsqueda espiritual. Poco a poco, comenzó a descubrir el viaje interior y empezó a prestarle menos atención a los dictados de su ego.

A medida que trabajábamos en las sesiones, descubrí las ilusiones a las que el ego nos estaba sometiendo tanto a Richard como a mí mis¬mo. También yo estaba siendo dirigido por mi ego, porque me habían enseñado que el éxito se medía por las realidades externas. Observé a Richard y supe con facilidad que yo podía acabar con los mismos mie¬dos y valores superficiales. Tuve la sensación de que me había sido en¬viudo para que yo comprendiera aquello. Incluso hoy, veinticinco años después de aquello, pienso en Richard cuando tengo la inclinación de poner las apariencias por encima de lo realmente importante.

Richard murió hace unos pocos años. Él, al igual que sus posesiones, han cambiado en algún sentido. Su espíritu está vivo y se encuentra en un lugar donde no existen escalafones, ni posesiones, ni distancia res-pedo de la energía madre. El cielo en la tierra significa adquirir esa conciencia y dejar que el ego se jubile.

En uno de sus momentos de mayor iluminación, Robert Frost acu¬nó estas palabras:

Perdona mis actos sin sentido

como yo perdono los actos sin sentido de aquellos

que piensan que obran con sentido.

Hacer hincapié en medir la vida de uno basándose en las adquisi-ciones o éxitos externos no es más que un sin sentido. Este hincapié en La experiencia se presenta en la vida bajo muchos aspectos.

CÓMO AFECTAN A SU VIDA LAS APARIENCIAS


Centrarse en las apariencias es una de las maneras más comunes que tiene el ego de dominar su existencia cotidiana. Con el fin de superar estas inclinaciones que se apartan de la esencia, usted tiene que identi¬ficar esas tendencias a medida que se presentan. He aquí unos cuantos de los ejemplos más frecuentes de este tipo de pensamiento y compor¬tamiento.

• Estar más preocupado por su apariencia que por su propósito. (Obsesión

con las joyas, los cosméticos y la ropa; dedicar grandes cantidades de

tiempo y dinero a vestirse.)

• Perseguir notas, recompensas y símbolos externos de éxito en lugar del jú-¬

bilo del mero participar y aprender. (Ver sus trofeos, condecoraciones o sig-¬

nos de mérito como criterio de su valor; creer que las notas de sus hijos

son lo más importante que recibirán en el colegio; alentar a su hijo a

complacer a los profesores a costa de la paz interior del niño.)

• Un tipo de conversación que revela cuánto control tiene el ego sobre su

existencia. (Dedicar una gran cantidad de tiempo a hablar de sus éxitos

y victorias sobre otros o sobre el entorno; hacer comentarios sobre otras

personas y sus limitaciones y señalar de modo constante su superiori-¬

dad: por ejemplo, decir: «Yo nunca haría nada semejante y no puedo

entender cómo alguien puede hacerlo»; emplear sus acciones como pa-¬

trón de los demás.)

• Estar preocupado por el coste de las cosas. (Emplear el precio como

indicador de valor; preguntar siempre cuánto cuesta algo o cuánto le

pagaron a alguien; usar el dinero no sólo como un indicativo del éxito

y de la posición, sino como criterio medular de pensamiento en la

vida.)

• Creer que uno sólo es un cuerpo. (Estar insatisfecho con su apariencia

y andar a la caza de cumplidos para, indirectamente, contrarrestar su

sensación de ser poco digno de aprecio; valorarse a sí mismo y su felici-¬

dad sobre la base de los cambios físicos como el descolgamiento, las

arrugas, las canas o la menor vitalidad: todo lo descrito son señales de

que su ego le ha convencido de que usted es exclusivamente un cuerpo

y de que está deteriorándose con rapidez.)


• Permitir que la industria publicitaria le controle. (La publicidad, en


todas sus formas, responde, por lo general, al intento de convencerle de

que usted està incompleto y necesita comprar algo para realizarse. En

En consecuencia, se ve bombardeado en casi todos los momentos en los

que se expone a la publicidad de los medios de comunicación, la cual

le insta a que consuma para realizarse como persona. Leer, escuchar y

mirar de forma permanente estos mensajes es una prueba del control

de su ego.)

• Señalar las limitaciones de los otros. (Dedicar tiempo a describir lo

que considera imperfecciones, como una nariz grande, una voz desa-

gradable, una personalidad engreída o un proceso de mal envejeci-

miento.

El hábito de reparar en lo descrito es una estrategia de su ego para convencerle de que usted es mejor que las personas a las que está criticando. Por supuesto, esto continúa impidiéndole ver la amorosa esencia divina que reside, invisible en esos «abrigos raídos sobre un palo», como llama Yeats a las personas independientes de su alma.

• Luchar para obtener reconocimiento. (Angustiarse por no recibir lo

que piensa que «merece en justicia» dentro del mercado laboral; sen-

trise herido y deprimido cuando sus esfuerzos no son recompensados

con una posición, un título o un contrato mejores.) A menudo, esas re-

compensas no sirven para otro propósito que el de aportar una base

pura que su ego proclame su mundana superioridad.

Los relatos cotidianos que informan de los salarios astronómicos de la gente del espectáculo y los atletas son una prueba muy visible de esta actividad del ego. Resulta irrelevante que las cantidades sobrepasen la capacidad de esas personas para gastar incluso después de que un enor¬me porcentaje se lo lleven los impuestos. Estamos ante unas exigencias dictadas por el ego, que lleva a esas personas a la falsa creencia de que se les está insultando si alguien de su profesión recibe un sueldo su¬perior.

Muchas de estas personas se apartarán de su profesión, al permitir que su ego los convenza de lo correcto de sus actos. Puede que se sien-tan insatisfechas, infelices y desdichadas, pero se ha vuelto más impor-tante apaciguar el ego que su vocación, así como recibir una compensa-lo que está muy por encima de lo suficiente, con independencia de lo que cualquier otro esté ganando. Esta agitación interna por no reci
• Permitir que la industria publicitaria le controle. (La publicidad, en


todas sus formas, responde, por lo general, al intento de convencerle de

que usted està incompleto y necesita comprar algo para realizarse. En

En consecuencia, se ve bombardeado en casi todos los momentos en los

que se expone a la publicidad de los medios de comunicación, la cual

le insta a que consuma para realizarse como persona. Leer, escuchar y

mirar de forma permanente estos mensajes es una prueba del control

de su ego.)

• Señalar las limitaciones de los otros. (Dedicar tiempo a describir lo

que considera imperfecciones, como una nariz grande, una voz desa-

gradable, una personalidad engreída o un proceso de mal envejeci-

miento.

El hábito de reparar en lo descrito es una estrategia de su ego para convencerle de que usted es mejor que las personas a las que está criticando. Por supuesto, esto continúa impidiéndole ver la amorosa esencia divina que reside, invisible en esos «abrigos raídos sobre un palo», como llama Yeats a las personas independientes de su alma.

• Luchar para obtener reconocimiento. (Angustiarse por no recibir lo

que piensa que «merece en justicia» dentro del mercado laboral; sen-

trise herido y deprimido cuando sus esfuerzos no son recompensados

con una posición, un título o un contrato mejores.) A menudo, esas re-

compensas no sirven para otro propósito que el de aportar una base

pura que su ego proclame su mundana superioridad.

Los relatos cotidianos que informan de los salarios astronómicos de la gente del espectáculo y los atletas son una prueba muy visible de esta actividad del ego. Resulta irrelevante que las cantidades sobrepasen la capacidad de esas personas para gastar incluso después de que un enor¬me porcentaje se lo lleven los impuestos. Estamos ante unas exigencias dictadas por el ego, que lleva a esas personas a la falsa creencia de que se les está insultando si alguien de su profesión recibe un sueldo su¬perior.

Muchas de estas personas se apartarán de su profesión, al permitir que su ego los convenza de lo correcto de sus actos. Puede que se sien-tan insatisfechas, infelices y desdichadas, pero se ha vuelto más impor-tante apaciguar el ego que su vocación, así como recibir una compensa-lo que está muy por encima de lo suficiente, con independencia de lo que cualquier otro esté ganando. Esta agitación interna por no reci
bir reconocimiento o compensación complace al ego, porque cualquier inclinación a dirigir la atención hacia el yo superior se distrae cuando uno se enfrenta a la agitación.


• Trastornos alimentarios. La mayoría de los trastornos alimentarios

son, en un principio, esfuerzos por estar a la altura de unos modelos

que alguien cree que aportan felicidad. El ego ha convencido a las per¬-

sonas que tienen problemas alimentarios de que su verdadera esencia

está emplazada en el valor de su apariencia.

Esta gente se preocupa tanto por la apariencia como para excluir la mayoría de los otros aspectos de la vida, y al final destruye sus cuerpos intentando hacerlos perfectos a ojos de los demás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario